«Monte Longdon»Palabras del J RI Mec 7 al conmemorarse 39 años del combate

COMBATE DE MONTE LONGDON – 11 de junio 1982

El sol cae en el horizonte, el viento gélido corta el rostro de nuestros soldados, solo una breve pausa en el martillar de la artillería enemiga que los castiga desde el nueve de junio con continuidad les otorga un tiempo de reflexión.

En aquellos helados pozos ¡qué lejano se debe haber sentido aquel dos de abril! cuando estaban en Ezeiza de maniobras y escuchaban incrédulos que las Malvinas volvían a ser argentinas, la alegría y por qué no decirlo, cierta sana envidia, de no haber sido parte de esa heroica cruzada producía una rara mezcla de sentimientos.

Nada les advirtió que serían parte de algo mayor, la camaradería, la instrucción, el rancho, todo continuó sin mayores cambios, ninguno pudo adivinar en ese momento que el doce de abril estarían embarcándose en una épica gesta que marcaría sus vidas para siempre.

“Para los hombres de coraje se han hecho las grandes empresas”, esas fueron las palabras del Libertador Grl Don José San Martín quien en los albores de la Patria llevó a cruzar el muro de los Andes a aquellos valientes soldados libertos que fueran parte del Ejército Libertador. Aquel 12 de abril deberían cruzar el mar para, sin miramientos defender la soberanía del irredento territorio arrebatado en tiempos pretéritos

¡Qué distinto debió haber sido todo para aquellos citadinos soldados! fueron recibidos como es común en esas latitudes, un helado viento y una lluvia que calaba hasta los huesos pero, como en el Cruce de los Andes, el clima no doblegó su espíritu, conscientes de su noble misión levantaron su pecho e iniciaron la marcha al lugar donde el destino los pondría a prueba.

El terreno era agreste y bajo el clima inclemente cavar posiciones fue todo un desafío, la turba filtraba el agua y provocaba constantes inundaciones dificultando la tarea.

Las actividades alternaban entre instrucción, tiro y mejoramiento de las posiciones, como se habían adiestrado pocos meses antes, esto les permitió mantener la moral alta y la aptitud operacional.

Hermanados en la tarea, los Bravos del 7 se preparaban junto a infantes de marina del BIM 5 y soldados de la Compañía de Ingenieros 10, quienes a la hora de la verdad demostrarían ser verdaderos camaradas de armas.

Mayo los despertó de golpe, comenzaron los ataques aéreos británicos y los bombardeos nocturnos buscando desgastar las posiciones y la moral, pero eso no bastaba para mellar el espíritu de los soldados.

La noticia de que el 14 de mayo habían desembarcado fuerzas de tierra inglesas les hizo saber que la guerra se cernía sobre ellos en primera persona.

A los aviones se les sumó el fuego naval y a partir del nueve de junio la artillería de campaña inglesa dijo presente con toda su furia.

La noche se cierne sobre las posiciones argentinas como una enorme bestia de grandes fauces ennegreciendo todo alrededor, el sol se hunde en el horizonte con un lastimero dejo de esperanza, una noche más, fría, húmeda y bajo el peso de las bombas.

¡Qué distinto sería todo!, la historia se hacía presente para tomar testimonio, unos apostaban a la sorpresa y otros al coraje y la determinación.

Finalmente, la fiera de la guerra cierra su boca y la oscuridad lo cubre todo, el músculo se tensa, un frío sudor recorre sus frentes tratando de ver entre las sombras.

Amparado en la oscuridad el enemigo avanza con la determinación de obtener un rápido resultado, pero ha cometido el grave error de subestimar los “Bravos del 7”.

2130 sería la hora del destino, y como diría César la suerte estaba echada y una mina terrestre daría la orden de desatar el infierno.

Decididos a mantener sus puestos a toda costa, los soldados argentinos sin distinción de jerarquías, armas o fuerzas defendieron sus posiciones haciendo pagar con sangre al cruento invasor.

El caos se apoderó de las acciones, la bestia de la guerra desató toda su furia y cobró su precio en sangre. Poco quedó del detallado plan con la intensión de infiltrarse: gritos de dolor, órdenes en castellano e inglés, se filtran entre una tormenta de balas y explosiones.

La modernidad y la tecnología dejaron lugar al coraje, a la valentía y la violencia en su más pura esencia y, como en las épicas batallas de antaño, el combate cuerpo a cuerpo se envalentonó sin pedir ni dar cuartel.

Los hombres caen, pero no son héroes anónimos ni solitarios, son parte de un mismo cuerpo con nombres propios, son 42 que realizaron el máximo sacrificio, el enemigo recibe el impacto de la valentía del soldado argentino y deja 23 muertos.

El combate continúa con furia, pero el poder de fuego y la superioridad numérica comienzan a hacerse sentir, la reserva del 7 actúa dando un instante de respiro. al frenar momentáneamente el avance británico y permite una mínima reorganización.

Como un huracán el combate vuelve a arreciar, el sol asoma por el horizonte transformándose en mudo testigo de los despojos de una aciaga noche, esto no inmuta a los combatientes quienes, como gladiadores sin preocuparse por las heridas continúan enfrascados en la lucha; ambos cuerpos sangran.

Finalmente, el dispositivo cede y ante la imposibilidad de sostener la posición se da parte al escalón superior, quien hace intervenir al Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10 que ocupa una posición de bloqueo, la que que facilita el repliegue de las fuerzas de Monte Longdon. Como un escudo que busca proteger el cuerpo mantiene su posición, siendo mellado por la ferocidad del enemigo.

Monte Longdon fue el combate más sangriento de toda la Guerra de Malvinas, donde los hechos de coraje, patriotismo y camaradería se reconocen incontables.

Pero fue el valor y el honor del soldado argentino quien se engalanó en esas alturas, haciendo pagar caro al enemigo.

Quede como hito para nuestra memoria las palabras que en su última carta a su familia escribiera el soldado Araujo del Regimiento:

“Islas Malvinas Argentinas, quédense tranquilos que el soldado Araujo monta guardia por la Argentina…, próspera y soberana que es fiel a su juramento”… defender la Bandera, de ser necesario hasta perder la vida.